En 1564 se descubrió el grafito, en Cumberland, (Inglaterra, cercana a la frontera con Escocia). Esto permitió la invención de los lápices de grafito, que se introdujeron en Francia, en la corte de Luis XIII.
A partir de la mitad del Siglo XVII, las minas inglesas de grafito eran explotadas por la corona, y servían también para la fundición de cañones y su producción estaba muy reglamentada, por lo que se penaba con pena de muerte al obrero que llegara a extraer un fragmento de dicho material.
En 1792 se cortaron las relaciones entre Francia e Inglaterra. Esto hizo que el ingeniero francés Jacques-Nicolás Conté, descontento con la baja calidad de los utensilios de los que entonces se disponía para escribir, tuvo la ocurrencia de mezclar la arcilla con polvo de grafito, formar unas minas y cocerlas, para sumergirlas después en un baño de cera para que el grafito dejara rastro en el papel. Añadiendo las cantidades adecuadas de arcilla a la mezcla, pudo determinar el grado de dureza del lápiz.
Pronto se impusieron en todo el mundo. Aunque otras documentaciones indican que el verdadero inventor fue el austríaco Josef Hardtmuth, hijo de un carpintero que, en 1792 fundó su propia empresa en Viena, cuya producción sigue existiendo hoy en día.
En 1812 el estadounidense William Monroe perfeccionó este proceso.
El portaminas fue patentado en 1877. Estaba formado por una mina muy fina insertada en un cilindro y empujado por un émbolo que al girar va expulsando la punta de la mina.
Otros estudios dan como fecha de aparición del portaminas, el año 1915, en que el japonés Tokuji Hayakawa, , quien había fundado en 1912 una Sociedad, y que produjo los lapiceros de avance mecánico llamados Ever-Sharp Pencil. Este invento dio nombre a la firma, la Sharporation, que continuó desarrollándose en la producción de elementos electrónicos hasta nuestros días. Todos aquellos que han visitado estos parques habrán podido comprobar lo infructuoso que es tratar de fotografiar a estos gigantes y lo sobrecogedor que es estar debajo de ellos. La experiencia de pasear dentro de estos bosques de sombra perpetua y de remota belleza es inigualable y casi mística.
No hay que llorar por la pérdida de hipotéticos parques jurásicos que aparecen en novelas y que nunca fueron nuestros, sólo necesitamos conservar estos bosques y legarlos a nuestros descendientes.
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